Buenos dias, estimados amigos, son muchos los temas que vamos disfrutando, y digo bien, disfrutando con el contenido de este que se ha convertido en nuestro blog, de todos los que, un día si y otro no, o cada vez que se os apetece, accedéis a sus contenidos.
A mí también me gustan muchos artículos que leo en diferentes revistas, fundamentalmente, de arte, de las que saco la mayor parte de las referencias, para luego buscar información sobre temáticas diversas, sobre todo en redes sociales, y en libros dedicados a los temas que mas me pueden servir de ayuda.
Tanto es así que en una revista de reciente aparición, de hecho, solo han aparecido cuatro números, y que obedece al nombre de Capital ARTE, que pertenece al Grupo Gestiona, me ha llamado poderosamente la atención una lectura, de un escritor, al que conozco de sobra, y al que he ido leyendo a lo largo de mi vida, en numerosas ocasiones, sus mas que deliciosos artículos.
Y es precisamente, en el número 4, de esta Revista, que animo a todos los amantes del arte a que acierten a comprarla, he leído un relato, de Carlos Marzal, que me permito reproducir, por la belleza de su contenido y por el mas que singular mensaje que nos transmite.
No toda la belleza está en el arte de la pintura, la escultura, la fotografía.....
También el articulista, cuando deviene artista de la palabra, hace ARTE, en mayúsculas.
"EL TIEMPO DE LOS HOMBRES"
"El tiempo no es problema cronológico. Ni un enigma de carácter metafísico. Ni siquiera una aprensión de naturaleza íntima relacionada con el envejecimiento. Por descontado que el tiempo no tiene nada que ver con las hipóteses astronómicas, ni con los aceleradores de partículas, ni con las teorías de la relatividad. Aunque los poetas la hayan tomado con el tiempo y lo hayan convertido en uno de sus tópicos necesarios, no podemos pensar que se trata de una sustancia lírica. Todo eso son sandeces. Imprecisiones. Formas de no querer explicar las cosas con propiedad. El tiempo es, se pongan como se pongan los neófitos, un asunto que pertenece nada más que a la relojería.
Cuando el mundo no se había echado a perder, los relojes eran como es debido: mecánicos. Con sus engranajes, sus ruedas, sus áncoras, sus dientes diminutos, sus péndulos, sus manecillas y sus números. Y, sobre todo, con su tic-tac. Sin el tic-tac del reloj no hay tiempo que merezca la pena ser medido. No hay tiempo que merezca la pena ser vivido. El tiempo que de verdad interesa al ser humano es de índole sonora. Hay que escucharlo correr, hay que escucharlo pasar, hay que canturrearlo, paladearlo, tic-taquearlo. Desde que el tiempo no se escucha en el tictac de los relojes del mundo, el tiempo es una porquería.
Los relojes silenciosos nos han arruinado la existencia. El declive de nuestra especie comenzó con los relojes electrónicos, y con los relojes de cuarzo y con los relojes atómicos. Con la excusa de la medición mas precisa (¿a quién le importa esa vulgaridad de la exactitud temporal, si lo importante de un reloj es que atrase?), con el subterfugio de la ligereza y la comodidad desapareció casi por completo uno de los mas altos rasgos civilizadores: la cumbre cultural del reloj mecánico.
Las clepsidras -esos curiosos relojes de agua- está muy bien, qué duda cabe ( y sin ellas no serían posibles ni los poemas de Jorge Luis Borges, ni nuestra extrañeza al ver las apariciones de las clepsidras en los poemas de Jorge Luis Borges). Los relojes de sol quedan muy aparentes en las fachadas de las iglesias y de los ayuntamientos. Los relojes de arena resultan útiles para formular un últimatum teatral: se pone uno grandielocuente, da la vuelta al reloj y parece que vaya a suceder pronto algo colosal. Pero el agua, el sol y la arena son elementos demasiados naturales, poco humanos. Los hombres aspiramos a fabricar nuestros propios juguetes, nuestras máquinas amadas. Hasta la aparición del reloj mecánico el tiempo fue un fenómeno atmosférico, por no decir animal.
Pero entonces inventamos los relojes, inventamos el tic-tac, y por consiguiente, inventamos el tiempo que nos merecíamos. (Las campanadas de los campanarios, con su tolón-tolón, son un balbuceo romántico del tictac, y no cuentan). Estropeamos el negocio cuando nos apartamos del tiempo sonoro, del tiempo domesticado por nuestra mano. Y así empezó a llover de nuevo, y empezaron de nuevo las guerras de religión, y llegó el colonialismo, y las rancheras mexicanas, y los dibujos animados japoneses, y todo lo demás.
He tirado a la basura todos mis relojes modernos, y solo me rijo por un reloj mecánico, con su tictac y su canción para anunciar las horas y las medias. He recuperado el tiempo de los hombres".
Pero entonces inventamos los relojes, inventamos el tic-tac, y por consiguiente, inventamos el tiempo que nos merecíamos. (Las campanadas de los campanarios, con su tolón-tolón, son un balbuceo romántico del tictac, y no cuentan). Estropeamos el negocio cuando nos apartamos del tiempo sonoro, del tiempo domesticado por nuestra mano. Y así empezó a llover de nuevo, y empezaron de nuevo las guerras de religión, y llegó el colonialismo, y las rancheras mexicanas, y los dibujos animados japoneses, y todo lo demás.
He tirado a la basura todos mis relojes modernos, y solo me rijo por un reloj mecánico, con su tictac y su canción para anunciar las horas y las medias. He recuperado el tiempo de los hombres".
La persistencia de la memoria
Salvador Dalí
Ha sido mi intención que todos hayáis disfrutado con este mas que delicioso artículo, y curiosamente, tras la lectura del mismo, me di cuenta de una cosa, nunca, jamás, he tenido un reloj que no haya marcado mas que exclusivamente el tiempo. Esas maquinarias que te decían hasta la humedad ambiente nunca fueron de mi interés.
Curiosamente.......
BUEN TIEMPO A TODOS
Fuentes: Revista Capital ARTE.
El tiempo de los Hombre. Carlos Marzal.
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