Nuestra historia, la que nos define y, en muchas ocasiones nos horroriza, viene marcada por terribles acontecimientos, actos cometidos por individuos que se dicen "humanos" y que no dejan de ser meras bestias.
Una de esas historias es la que trataremos en este artículo: El Genocidio de Ruanda.
En 1994, en Ruanda vivían más de 7 millones de personas, pertenecientes a tres grupos étnicos: hutus, que eran mayoría, tutsis y twa.
Hasta lo que fue el siglo XIX, los tutsis ocupaban el estrato social más elevado y por contra, los hutus el más bajo. Finalizada la I Guerra Mundial, Uganda pasó a ser colonia belga, hasta que la descolonización en la década de los 50 del pasado siglo XX, produjo una cada vez más encrespada relación entre ambas etnias: hutus y tutsis.
Un genocidio que se inició el 6 de abril de 1994, cuando el avión en el que viajaba el presidente ruandés, Juvénal Habyarimana y el presidente burundés Cyprien Ntaryamira, ambos de etnia denominada "hutu", fue derribado por dos misiles. Con ellos murieron todos los que viajaban a bordo de la nave. En un tiempo récord extremistas de esta etnia tomaron el poder y se desató una de los más crueles episodios vividos por la humanidad: una terrible ola de asesinatos de la minoría "tutsi".
Tan horrible que en sólo 100 días fueron asesinadas más de 800.000 personas.
Ésta es la historia de una tragedia que, en gran medida, ha quedado olvidada.
En términos de proporción un 11% de la población fue aniquilada, cerca de un millón de víctimas de la antedicha etnia tutsi, amén de hutus moderados, que fueron torturados y masacrados con un único objetivo: el exterminio total.
Y ello sin perjuicio de que más de dos millones de refugiados huyeron ante el temor de correr la misma suerte.
La que fuera matanza inicial dio lugar a una guerra civil que dejó el país totalmente devastado. A día de hoy, Ruanda sufre las consecuencias del genocidio y de la guerra de 1994, ya que está sometida a un régimen de intensa represión política.
La responsabilidad de todo este conflicto sigue siendo muy controvertida, si bien la mayor parte de las teorías vienen a coincidir en el hecho de que el grupo rebelde tutsi del Frente Patriótico Nacional (RPF) o los extremistas del "Poder Hutu", opuestos a la negociación con aquellos, son señalados como causantes.
Como es habitual en todo país que es colonizado, en este caso por Bélgica, el gobierno puso interés en que se estableciera un sistema social racista, y para ello se sirvió de una ancestral distinción dentro de la etnia banyaruanda del pueblo bantú, organizando una sociedad de "castas", si bien no existía ningún rasgo étnico ni lingüistico que las viniera a diferenciar; es así que la minoría calificada como tutsi, equivalente al 15% de la población fue considerada casta dominante, y la mayoría hutu -85%-, casta subordinada, y por tanto, sometida a todo tipo de trabajos forzados y vejaciones, lo que trajo como consecuencia el enfrentamiento entre ambos sectores de la sociedad ruandesa.
Bien cierto es que durante la colonización por parte de Bélgica, sus instituciones mantuvieron alianzas con la etnia tutsi, más llegada la independencia, en 1961, -no reconocida internacionalmente hasta julio de 1962-, abolida la monarquía, se constituyó una república, en la que la mayoría hutu era más que notoria en todos los ámbitos; y ello fue así hasta el año 1994, ya que finalizado el genocidio, las castas fueron oficialmente eliminadas.
Tras el asesinato del presidente Habyarimana, lo fue también la primera ministra, Agathe UWlingiyimana. Fue entonces cuando los radicales hutus tomaron el poder y una terrible oleada de violencia y de muerte se extendió por todo el país.
A ello contribuyó el llamamiento por la emisora privada de Radio Mil Colinas al "exterminio total de los tutsis como cucarachas", siendo una milicia joven de hutus con el nombre de "Interahamwe" (los que cazan juntos), quienes se ocuparon de llevarla inicialmente a cabo, a golpe de machete y garrote, atacando a mujeres, niños y ancianos.
Ni siquiera las tropas que la ONU tenía destinadas en el país fueron capaces de detener este horror y se ordenó la retirada de los cascos azules.
Fue entonces cuando el Frente Patriótico Nacional dio vía libre a su ofensiva.
En tan sólo dos semanas, los muertos se contaban por cientos de miles, a razón de 8.000 muertos diarios, según información facilitada por la Cruz Roja Internacional.. Más ésas eran cifras, pues nadie llevaba cuenta de tal masacre, los cadáveres eran abandonados a su suerte, siendo sepultados en grandes fosas comunes, las diferentes aldeas, pueblos quedaron vacíos, y ello sin perjuicio del éxodo que inició gran parte de la población, pues en un sólo día, el 30 de abril de 1994, 250.000 ruandeses huían por la frontera con Tanzania.
Más todo no quedó ahí, pues el odio descontrolado llevó a la venganza de las tropas tutsis a invadir la ciudad fronteriza de Goma, en el por entonces Congo, (hoy, Zaire), aumentando aún más la tragedia el brote de cólera que se desencadenó.
El fantasma de la desolación recorría hasta la más pequeña de las poblaciones, todo había quedado abandonado, bien por muerte o huida. Las calles aparecían sembradas de cadáveres, y las gentes escapaban como buenamente podían, durante días y noches enteros, alimentándose de lo que encontraban a su paso.
Ruanda se convirtió en un infierno..
El hecho cierto es que existió una total falta de respuesta por parte de la comunidad internacional, ni siquiera la ONU fue capaz de poner resorte alguno en funcionamiento, hasta que el 22 de junio de 1994, el Consejo de Seguridad autorizó a las fuerzas francesas al envío de una misión humanitaria con el nombre de "Operación Turquesa", y que logró salvar a cientos de civiles en el suroeste de Ruanda. No obstante, los asesinatos continuaron en otras zonas del país, hasta el 4 de julio siguiente, cuando el FPR tomó el control militar.
Esta es una historia más en las que el odio, fomentado por determinados intereses, convierte a los seres humanos en auténticos depredadores, en bestias que sólo se alimentan de sangre; y pese a que situaciones como la descrita siguen repitiéndose, la humanidad permanece, en la mayoría de los casos, no ya observando, sino también propiciando la destrucción.
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Fuentes:
www.eltiempo.com
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