viernes, 1 de mayo de 2020

ÉDOUARD MANET.- UN BAR EN EL FOLIES-BERGÈRE.




ÉDOUARD MANET (1832-1883) aportó a la pintura moderna una visión de la que fue la vida contemporánea, en tanto sus composiciones estructuran lo que es el espacio y los volúmenes, el conocimiento de la "estampa japonesa" apunta en sus personales perspectivas, y es así como sus cuadros al aire libre vienen a demostrar su talento como pintor impresionista.
Más fueron también sus últimas obras, de marcado carácter naturalista, las que le reafirmaron en una técnica marcada por una factura que le convirtieron en todo un estandarte de la modernidad.




Es su obra estandarte de esa modernidad que viene a representar la vida urbana, sirviéndose de una técnica que se aproxima a la utilizada con el fresco. Manet sitúa a sus personajes y objetos sobre una tela blanca, la cual recubre de una imprimación muy ligera. Su siguiente paso es extender con brocha una materia fluida y grasa. Antes de que la pintura llegue a secarse, trabaja los tonos medios y los colores, en tanto el fondo lo realiza a continuación, de lo que resulta el contraste de sus colores. Es así como cada capa se convierte en un esbozo y el conjunto resultante nos ofrece una imagen compuesta.



Una de las obras más deliciosas de Édouard Manet, fue una auténtica declaración de amor a la capital del mundo, París, y su entorno la noche de un célebre cabaret, Folies Bergère, una auténtica obra maestra realizada al final de sus días, en 1881, cuando pasaba el tiempo recluido en su estudio, enfermo a raíz de una sífilis que atacó su sistema nervioso y locomotor. Un bar en el Folies-Bergére, lienzo de 95,2 x 129,5 cm, que se conserva en el Courtauld Institute de Londres.
El hecho cierto es que el Folies-Bergère no era, en puridad, un cabaret sino un gran local cubierto dedicado a espectáculos que hoy podríamos encuadrar entre el music-hall y el circo; por su escenario pasaron cantantes, pantomimas, ballets, acróbatas e incluso actuaciones con animales.
Fue fundado en 1869, próximo al paseo que llevaba al eterno y bohemio barrio de Montmartre.



Para acceder al mismo era necesario el pago de una entrada, y contemplar el espectáculo bien desde la platea o hacerlo en el promenoir, una especie de paseo interior. Asimismo, existía también la posibilidad de tomar una copa en un jardín interior, decorado con fuentes.
El Folies-Bergère era punto de encuentro de la clase media del París que empezaba a hacerse con el protagonismo de la ciudad de la luz, abundando los aristócratas amantes de la buena vida y los artistas y escritores que frecuentaban el local. También abundaban las prostitutas, bien jóvenes y lozanas, cocottes de lujo, o algunas que ya no se encontraban en su etapa de esplendor. 
Como escenario de la nueva modernidad en el Folies-Bergère ya se habían instalado claras esferas de iluminación, tal y como puede verse en el cuadro objeto de este artículo, junto a las tradicionales arañas iluminadas con gas. Más si observamos detenidamente, Manet dotó a la escena de una pálida luz diurna, que no podía proceder de la iluminación del local, sino de su propio estudio, donde pintó el cuadro.


El establecimiento había sido decorado tomando como referencia al londinense Teatro Alhambra.
El nombre no deriva, como suele pensarse de la palabra francesa locura (folie), sino de un término usado durante el siglo XVIII para definir a una casa de campo  oculta por hojas  (del latín, folia), lugar en el que era del todo posible "abandonarse" a las más divertidas ocupaciones; el hecho de añadir Bergère fue sencillamente por estar situado en una calle próxima que obedecía a "Rue Bergére"
En el lienzo de Édouard Manet podemos contemplar una imagen del todo evocadora de ese maravilloso lugar de encuentro y diversión de la noche parisina. Es así como el noctambulismo es utilizado por Manet en base a un naturalismo del todo voraz, y cuyo reflejo literario lo podemos encontrar en narraciones de Guy de Maupassant o Émile Zola.





Ciertamente, Manet llevó a cabo varios bocetos preparatorios del que sería su última obra; la modelo que aparece en primer término era una de las dos camareras del local cuyo nombre era Suzon, y posó para Manet en su estudio, pues éste estaba ya tan enfermo que no podía desplazarse; el cliente que vemos reflejado en el espejo no es otro que el también pintor Gaston Latouche.
Entre los diferentes personajes que podemos descubrir en el grupo que aparece también reflejado en el espejo está una tal Méry Laurent, en la imagen de blanco, unan cocotte mantenida por el millonario americano Th. E. Evans, y que solía reunir en su salón a múltiples escritores, tales como Stéphane Mallarmé y, por supuesto, a Manet, quien la retrató en diferentes ocasiones, así como al pintor Henry Dupray.
El hecho cierto es que en esta magnífica obra Manet nos regala un escenario que viene a recrear la realidad, pues es una ilusión o "reflejo" en un espejo, llegando a mezclar lo artificial con lo natural. La mirada perdida de Suzon, una joven probablemente procedente de los suburbios de París, choca con la del cliente cuyo reflejo observamos en amable conversación con la otra camarera del local.
Las imágenes más curiosas del cuadro nos las ofrece en primer plano y son extraordinarias naturalezas muertas, como la compuesta por botellas de champán, de cerveza rubia y de licor de menta, un pequeño adorno floral adorna el escote de Suzon.




Con respecto a las botellas de champan, un detalle curioso, y es que por entonces el salario de una camarera o sirvienta era de 2 francos al día, un obrero cobraba 5 francos, y una botella de champán alcanza el precio de 12 a 15 euros.
Como marca del genio Manet, éste nos ofrece una ilusión óptica y de lo que es la perspectiva, para lo cual pinta el espejo detrás del mostrador dando la sensación de que está colgando oblicuamente con el plano del cuadro. Si bien, esta primera impresión queda en eso, impresión, por el sencillo hecho de que el marco del espejo está situado de forma paralela con el mostrador de mármol.
Detalles que no podemos ni debemos obviar son los botines verdes sobre un trapecio de una atracción: la de una acróbata, tal vez la estadounidense Katarina Johns que actuó por entonces, 1881, en dicho lugar.


Cuando esta obra fue expuesta en el Salón de 1882 obtuvo un enorme éxito, recibiendo grandes elogios por parte de la crítica.
Y es que no hay nada más delicioso que una ilusión, y tanto así que Walter Benjamin en 1929, vino a definir "París es la ciudad de los espejos".
Disfrutad de esta deliciosa obra.


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Directorio Hispano de las Artes


Fuentes:
Historia. National Geographic
Maestros de la pintura. Colección Reconocer el Arte.
https://www-uv.es
 

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