Al gran escultor francés, PIERRE JULIEN, considerado como un maestro del neoclasicismo debemos, entre otras, una de las más bellas esculturas que podemos admirar, en el caso que nos ocupa, en el siempre maravilloso MUSEO DEL LOUVRE, y a la que se conoce con el nombre de EL GLADIADOR MORIBUNDO.
Pierre Julien se formó en la Escuela de dibujo de Lyon y posteriormente entró en el taller de Guillaume II Coustou. Más fue la escultura la que le granjeó mayor fama y reconocimiento al obtener el Premio de Roma de escultura en 1765; fue precisamente en Roma donde permaneció como pensionista de la Academia de Francia entre los años 1768 a 1773, para después regresar a Francia y trabajar bajo la dirección del que fue su antiguo jefe Coustou en la realización del mausoleo del Gran Delfín en la catedral de San Etién.
En 1776 Pierre Julien presentó en la Académie Royale de Peinture et de Sculpture una estatua de Ganímedes -expuesta en el Museo del Louvre- que fue rechazada, lo que supuso un duro golpe para el artista; no obstante, en el que fue su segundo intento, en 1779, apostó por una escultura representando a un gladiador herido de muerte. Esta magnífica obra recibe el nombre de EL GLADIADOR MORIBUNDO.
La escultura sorprende al espectador con la imagen de un gladiador herido de muerte, a la que se abandona en total soledad, destacando la dignidad con la que afronta el trance e intenta superar ese dolor infinito en tanto contemplan sus ojos la corona de laurel que le fue concedida por su valor. Con la excepcionalidad en la pose del todo digna del protagonista y su expresión contenida que le lleva a reprimir ese último grito de dolor, Pierre Julien demostró la magnífica sensibilidad que emana de la figura.
Con EL GLADIADOR MORIBUNDO Pierre Julien reafirma no ya sólo a la Academia francesa en la que aspiró a ingresar -y lo consiguió gracias a esta obra, siendo nombrado profesor adjunto en 1781-, sino a todos los que amamos el ARTE, su perfecto dominio de los criterios académicos, reivindicando su total conocimiento de las fuentes clásicas.
Destacar la elegancia de las proporciones, la curiosa suavidad del modelo y la delicadeza con la que están realizadas las manos, los mechones de los cabellos y su exquisito, aunque escueto ropaje, dotando a la figura de una serenidad ciertamente heroica al mostrarnos veladamente el alma del protagonista.
Nada más acertado el hecho de que Pierre Julien tenía un perfecto dominio de la anatomía humana, del todo necesario para la composición de sus obras, apostando siempre por proporciones más que elegantes y una ejecución muy delicada, con un acabado perfecto del mármol, así como una armoniosa reproducción de las texturas.
Disfrutad, como es habitual siempre que se trata de Arte, sinónimo de belleza, de esta maravillosa escultura.
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