Fascinante, sí, fascinante es el mundo de la MITOLOGÍA, que tiene sus historias en el origen de las diferentes civilizaciones, y que, invariablemente, son las mismas, con la excepción de que sus protagonistas obedecen a distintos nombres.
Un artículo que acabo de leer en esa revista que es una fuente de conocimiento delicioso como es "Tendencias del Mercado del Arte", escrito por Oriol Carreras, me ha llevado a adentrarme en una de esas historias de mitología, la que tienen como protagonistas dos amantes, -amor/odio son las constantes en toda historia que se precie-, y es gracias a esta fascinante lectura que me permito haceros partícipes de la de dos jóvenes enamorados y que nos sitúa entre el mito y la literatura.
Píramo y Tisbe
(Fresco en Casa de Octavio Cuartion -Pompeya-)
Es un hecho cierto y comprobado, que William Shakespeare escribió su "Romeo y Julieta" tomando como base un relato que, por vez primera, nos lo ofrece Higinio en su "Fabulae", mas quién llegó a desarrollarlo y hacerlo mas conocido fue el poeta romano Publio Ovidio Nason (43 a. C- 17 a.C.), y que como tal lo recogió en el libro IV de "Las Metamorfosis".
Fabulae, Higino
Metamorfosis, Ovidio
Es ahora cuando la Mitología habla por mí y nos sitúa a Píramo y Tisbe en la ciudad de Babilonia, donde ambos vivieron durante el reinado de Semíramis, en Mesopotamia. Habitaban en viviendas sitas en casas adyacentes, y su amor aunque conocido por sus padres, era rechazado por éstos. Es más no les permitían acercarse ni tener contacto. No obstante, en la pared de una de las habitaciones de la casa había un pequeño hueco y a través de él los dos amantes se intercambiaban todo tipo de palabras de amor y pasábanse mensajes en los que latían las mas hermosas expresiones.
Tisbe, escuchando a traves de la grieta de la pared
Es de esta forma como fueron conociéndose, y día a día, amándose más, hasta que decidieron que cada uno huiría de su casa y se encontrarían junto a un moral blanco, situado al lado de una fuente.
Fue la joven Tisbe la primera en llegar, mas al escuchar acercarse a una leona que había resultado herida en una cacería, para beber de la fuente, se asustó y se escondió al amparo de una roca. Mas en su huir, dejó caer un velo que portaba y la leona, se acercó a él, oliéndolo, y manchándolo de la sangre que tenía en su hocico. Entretanto, el joven Píramo apareció por el lugar de encuentro y al descubrir las huellas de la leona y el velo cubierto de sangre, creyó que aquélla había matado a Tisbe; es por ello que cogió un puñal y se lo clavó en el pecho. Su sangre derramada cerca del moral blanco, tiño de púrpura los frutos de éste, -de ahí, resulta de la historia de Ovidio, el color de las moras-. Fue entonces cuando la joven Tisbe salió de su escondite, y al llegar y reconocer a Píramo al lado de su velo manchado por la sangre de la leona, le abrazó, le sacó el puñal del cuerpo y se suicidó, clavándoselo, igualmente, ella misma.
Nicolás Poussin
Fueron los dioses los que, sabedores de la tragedia de los jóvenes enamorados, convencieron a las familias de ambos de que fueran incinerados y que sus cenizas, para siempre, reposaran mezcladas, en una urna.
La Metamorfosis
LA METAMORFOSIS
OVIDIO
LIBRO IV
Píramo y Tisbe55. “Píramo y Tisbe, de los jóvenes el más bello el uno,
la otra, de las que el Oriente tuvo, preferida entre las muchachas,
contiguas tuvieron sus casas, donde se dice que
con cerámicos muros ciñó Semíramis su alta ciudad.
El conocimiento y los primeros pasos la vecindad los hizo,
60. con el tiempo creció el amor; y sus teas también, según derecho, se hubieran unido
pero lo vetaron sus padres; lo que no pudieron vetar:
por igual ardían, cautivas sus mentes, ambos.
Cómplice alguno no hay; por gesto y señales hablan,
y mientras más se tapa, tapado más bulle el fuego.
65. Hendida estaba por una tenue rendija, que ella había producido en otro tiempo,
cuando se hacía, la pared común de una y otra casa.
Tal defecto, por nadie a través de siglos largos notado
-¿qué no siente el amor?-, los primeros lo visteis los amantes
y de la voz lo hicisteis camino, y seguras por él
70en murmullo mínimo vuestras ternuras atravesar solían.
Muchas veces, cuando estaban apostados de aquí Tisbe, Píramo de allí,
y por turnos fuera buscado el anhélito de la boca:
“Envidiosa”, decían, “pared, ¿por qué a los amantes te opones?
¿Cuánto era que permitieses que con todo el cuerpo nos uniéramos,
75. o esto si demasiado es, siquier que, para que besos nos diéramos, te abrieras?
Y no somos ingratos: que a ti nosotros debemos confesamos,
el que dado fue el tránsito a nuestras palabras hasta los oídos amigos.
Tales cosas desde su opuesta sede en vano diciendo,
al anochecer dijeron “adiós” y a la parte suya dieron
80. unos besos cada uno que no arribarían en contra.
La siguiente Aurora había retirado los nocturnos fuegos,
y el sol las pruinosas hierbas con sus rayos había secado.
Junto al acostumbrado lugar se unieron. Entonces con un murmullo pequeño,
de muchas cosas antes quejándose, establecen que en la noche silente
85. burlar a los guardas y de sus puertas fuera salir intenten,
y que cuando de la casa hayan salido, de la ciudad también los techos abandonen,
y para que no hayan de vagar recorriendo un ancho campo,
que se reúnan junto al crematorio de Nino y se escondan bajo la sombra
del árbol: un árbol allí, fecundísimo de níveas frutas,
90. un arduo moral, había, colindante a una helada fontana.
Los acuerdos aprueban; y la luz, que tarde les pareció marcharse,
se precipita a las aguas, y de las aguas mismas sale la noche.
Astuta, por las tinieblas, girando el gozne, Tisbe
sale y burla a los suyos y, cubierto su rostro,
95. llega al túmulo, y bajo el árbol dicho se sienta.
Audaz la hacía el amor. He aquí que llega una leona,
de la reciente matanza de unas reses manchadas sus espumantes comisuras,
que iba a deshacerse de su sed en la onda del vecino hontanar;
a ella, de lejos, a los rayos de la luna, la babilonia Tisbe
100. la ve, y con tímido pie huye a una oscura caverna
y mientras huye, de su espalda resbalados, sus velos abandona.
Cuando la leona salvaje su sed con mucha onda contuvo,
mientras vuelve a las espesuras, encontrados por azar sin ella misma,
con su boca cruenta desgarró los tenues atuendos.
105. Él, que más tarde había salido, huellas vio en el alto
polvo ciertas de fiera y en todo su rostro palideció
Príamo; pero cuando la prenda también, de sangre teñida,
encontró: “Una misma noche a los dos”, dice, “amantes perderá,
de quienes ella fue la más digna de una larga vida;
100. mi vida dañina es. Yo, triste de ti, te he perdido,
que a lugares llenos de miedo hice que de noche vinieras
y no el primero aquí llegué. ¡Destrozad mi cuerpo
y mis malditas entrañas devorad con fiero mordisco,
oh, cuantos leones habitáis bajo esta peña!
115. Pero de un cobarde es pedir la muerte.” Los velos de Tisbe
recoge, y del pactado árbol a la sombra consigo los lleva,
y cuando dio lágrimas, dio besos a la conocida prenda:
“Recibe ahora” dice “ también de nuestra sangre el sorbo”,
y, del que estaba ceñido, se hundió en los costados su hierro,
120. y sin demora, muriendo, de su hirviente herida lo sacó,
y quedó tendido de espalda al suelo: su crúor fulgura alto,
no de otro modo que cuando un caño de plomo defectuoso
se hiende, y por el tenue, estridente taladro, largas
aguas lanza y con sus golpes los aires rompe.
125. Las crías del árbol, por la aspersión de la sangría, en negra
faz se tornan, y humedecida de sangre su raíz,
de un purpúreo color tiñe las colgantes moras.
He aquí que, su miedo aún no dejado, por no burlar a su amante,
ella vuelve, y al joven con sus ojos y ánimo busca,
130. y por narrarle qué grandes peligros ha evitado está ansiosa;
y aunque el lugar reconoce, y en el visto árbol su forma,
igualmente la hace dudar del fruto el color: fija se queda en si él es.
Mientras duda, unos trémulos miembros ve palpitar
en el cruento suelo y atrás su pie lleva, y una cara que el boj
135. más pálida portando se estremece, de la superficie en el modo,
que tiembla cuando lo más alto de ella una exigua aura toca.
Pero después de que, demorada, los amores reconoció suyos,
sacude con sonoro golpe, indignos, sus brazos
y desgarrándose el cabello y abrazando el cuerpo amado
140. sus heridas colmó de lágrimas, y con su llanto el crúor
mezcló, y en su helado rostro besos prendiendo:
“Píramo”, clamó, “¿qué azar a ti de mí te ha arrancado?
Píramo, responde. La Tisbe tuya a ti, queridísimo,
te nombra; escucha, y tu rostro yacente levanta.”
145. Al nombre de Tisbe sus ojos, ya por la muerte pesados,
Píramo irguió, y vista ella los volvió a velar.
La cual, después de que la prenda suya reconoció y vacío
de su espada vio el marfil: “Tu propia a ti mano”, dice, “y el amor,
te ha perdido, desdichado. Hay también en mí, fuerte para solo
150. esto, una mano, hay también amor: dará él para las heridas fuerzas.
Seguiré al extinguido, y de la muerte tuya tristísima se me dirá
causa y compañera, y quien de mí con la muerte sola
serme arrancado, ay, podías, habrás podido ni con la muerte serme arrancado.
Esto, aun así, con las palabras de ambos sed rogados,
155. oh, muy tristes padres mío y de él,
que a los que un seguro amor, a los que la hora postrera unió,
de depositarles en un túmulo mismo no os enojéis;
mas tú, árbol que con tus ramas el lamentable cuerpo
ahora cubres de uno solo -pronto has de cubrir de dos-,
160. las señales mantén de la sangría, y endrinas, y para los lutos aptas,
siempre ten tus crías, testimonios del gemelo crúor”,
dijo, y ajustada la punta bajo lo hondo de su pecho
se postró sobre el hierro que todavía de la sangría estaba tibio.
Sus votos, aun así, conmovieron a los dioses, conmovieron a los padres,
165. pues el color en el fruto es, cuando ya ha madurado, negro,
y lo que a sus piras resta descansa en una sola urna.”
la otra, de las que el Oriente tuvo, preferida entre las muchachas,
contiguas tuvieron sus casas, donde se dice que
con cerámicos muros ciñó Semíramis su alta ciudad.
El conocimiento y los primeros pasos la vecindad los hizo,
60. con el tiempo creció el amor; y sus teas también, según derecho, se hubieran unido
pero lo vetaron sus padres; lo que no pudieron vetar:
por igual ardían, cautivas sus mentes, ambos.
Cómplice alguno no hay; por gesto y señales hablan,
y mientras más se tapa, tapado más bulle el fuego.
65. Hendida estaba por una tenue rendija, que ella había producido en otro tiempo,
cuando se hacía, la pared común de una y otra casa.
Tal defecto, por nadie a través de siglos largos notado
-¿qué no siente el amor?-, los primeros lo visteis los amantes
y de la voz lo hicisteis camino, y seguras por él
70en murmullo mínimo vuestras ternuras atravesar solían.
Muchas veces, cuando estaban apostados de aquí Tisbe, Píramo de allí,
y por turnos fuera buscado el anhélito de la boca:
“Envidiosa”, decían, “pared, ¿por qué a los amantes te opones?
¿Cuánto era que permitieses que con todo el cuerpo nos uniéramos,
75. o esto si demasiado es, siquier que, para que besos nos diéramos, te abrieras?
Y no somos ingratos: que a ti nosotros debemos confesamos,
el que dado fue el tránsito a nuestras palabras hasta los oídos amigos.
Tales cosas desde su opuesta sede en vano diciendo,
al anochecer dijeron “adiós” y a la parte suya dieron
80. unos besos cada uno que no arribarían en contra.
La siguiente Aurora había retirado los nocturnos fuegos,
y el sol las pruinosas hierbas con sus rayos había secado.
Junto al acostumbrado lugar se unieron. Entonces con un murmullo pequeño,
de muchas cosas antes quejándose, establecen que en la noche silente
85. burlar a los guardas y de sus puertas fuera salir intenten,
y que cuando de la casa hayan salido, de la ciudad también los techos abandonen,
y para que no hayan de vagar recorriendo un ancho campo,
que se reúnan junto al crematorio de Nino y se escondan bajo la sombra
del árbol: un árbol allí, fecundísimo de níveas frutas,
90. un arduo moral, había, colindante a una helada fontana.
Los acuerdos aprueban; y la luz, que tarde les pareció marcharse,
se precipita a las aguas, y de las aguas mismas sale la noche.
Astuta, por las tinieblas, girando el gozne, Tisbe
sale y burla a los suyos y, cubierto su rostro,
95. llega al túmulo, y bajo el árbol dicho se sienta.
Audaz la hacía el amor. He aquí que llega una leona,
de la reciente matanza de unas reses manchadas sus espumantes comisuras,
que iba a deshacerse de su sed en la onda del vecino hontanar;
a ella, de lejos, a los rayos de la luna, la babilonia Tisbe
100. la ve, y con tímido pie huye a una oscura caverna
y mientras huye, de su espalda resbalados, sus velos abandona.
Cuando la leona salvaje su sed con mucha onda contuvo,
mientras vuelve a las espesuras, encontrados por azar sin ella misma,
con su boca cruenta desgarró los tenues atuendos.
105. Él, que más tarde había salido, huellas vio en el alto
polvo ciertas de fiera y en todo su rostro palideció
Príamo; pero cuando la prenda también, de sangre teñida,
encontró: “Una misma noche a los dos”, dice, “amantes perderá,
de quienes ella fue la más digna de una larga vida;
100. mi vida dañina es. Yo, triste de ti, te he perdido,
que a lugares llenos de miedo hice que de noche vinieras
y no el primero aquí llegué. ¡Destrozad mi cuerpo
y mis malditas entrañas devorad con fiero mordisco,
oh, cuantos leones habitáis bajo esta peña!
115. Pero de un cobarde es pedir la muerte.” Los velos de Tisbe
recoge, y del pactado árbol a la sombra consigo los lleva,
y cuando dio lágrimas, dio besos a la conocida prenda:
“Recibe ahora” dice “ también de nuestra sangre el sorbo”,
y, del que estaba ceñido, se hundió en los costados su hierro,
120. y sin demora, muriendo, de su hirviente herida lo sacó,
y quedó tendido de espalda al suelo: su crúor fulgura alto,
no de otro modo que cuando un caño de plomo defectuoso
se hiende, y por el tenue, estridente taladro, largas
aguas lanza y con sus golpes los aires rompe.
125. Las crías del árbol, por la aspersión de la sangría, en negra
faz se tornan, y humedecida de sangre su raíz,
de un purpúreo color tiñe las colgantes moras.
He aquí que, su miedo aún no dejado, por no burlar a su amante,
ella vuelve, y al joven con sus ojos y ánimo busca,
130. y por narrarle qué grandes peligros ha evitado está ansiosa;
y aunque el lugar reconoce, y en el visto árbol su forma,
igualmente la hace dudar del fruto el color: fija se queda en si él es.
Mientras duda, unos trémulos miembros ve palpitar
en el cruento suelo y atrás su pie lleva, y una cara que el boj
135. más pálida portando se estremece, de la superficie en el modo,
que tiembla cuando lo más alto de ella una exigua aura toca.
Pero después de que, demorada, los amores reconoció suyos,
sacude con sonoro golpe, indignos, sus brazos
y desgarrándose el cabello y abrazando el cuerpo amado
140. sus heridas colmó de lágrimas, y con su llanto el crúor
mezcló, y en su helado rostro besos prendiendo:
“Píramo”, clamó, “¿qué azar a ti de mí te ha arrancado?
Píramo, responde. La Tisbe tuya a ti, queridísimo,
te nombra; escucha, y tu rostro yacente levanta.”
145. Al nombre de Tisbe sus ojos, ya por la muerte pesados,
Píramo irguió, y vista ella los volvió a velar.
La cual, después de que la prenda suya reconoció y vacío
de su espada vio el marfil: “Tu propia a ti mano”, dice, “y el amor,
te ha perdido, desdichado. Hay también en mí, fuerte para solo
150. esto, una mano, hay también amor: dará él para las heridas fuerzas.
Seguiré al extinguido, y de la muerte tuya tristísima se me dirá
causa y compañera, y quien de mí con la muerte sola
serme arrancado, ay, podías, habrás podido ni con la muerte serme arrancado.
Esto, aun así, con las palabras de ambos sed rogados,
155. oh, muy tristes padres mío y de él,
que a los que un seguro amor, a los que la hora postrera unió,
de depositarles en un túmulo mismo no os enojéis;
mas tú, árbol que con tus ramas el lamentable cuerpo
ahora cubres de uno solo -pronto has de cubrir de dos-,
160. las señales mantén de la sangría, y endrinas, y para los lutos aptas,
siempre ten tus crías, testimonios del gemelo crúor”,
dijo, y ajustada la punta bajo lo hondo de su pecho
se postró sobre el hierro que todavía de la sangría estaba tibio.
Sus votos, aun así, conmovieron a los dioses, conmovieron a los padres,
165. pues el color en el fruto es, cuando ya ha madurado, negro,
y lo que a sus piras resta descansa en una sola urna.”
Mosaico romano de la Casa de Dioniso
Pafos (Chipre)
Es un hecho bien cierto que la leyenda de Píramo y Tisbe sirvió de trama para el desarrollo de numerosos libros, por los mas variados escritores, evidentemente, cada uno le plasmó su singular aportación, así Luis de Góngora y Argote escribió un largo romance de la "Fábula de Píramo y Tisbe", en 1618.
También, es conocido, en el ámbito de la pintura, el óleo de Nicolas Poussin, Pyrame et Thisbé.
Diferentes interpretaciones de una misma leyenda
Como podemos observar, a lo largo de la historia de la Humanidad, el amor ha sido motor de numerosas acciones y su conocimiento nos ha llegado hasta hoy, gracias a la labor de todos aquéllos que recogieron, bien mediante la palabra, bien mediante la representación visual; y hoy en día cuántos de nosotros no gozamos, o sufrimos, valga mejor la expresión, al ser espectadores de una película de amor. El amor, desde la antigüedad a nuestros días, ha sido motor de la Humanidad, de la misma manera que, su opuesto, el odio, ha sido también motor, pero de la destrucción y desaparición de todo cuanto de bueno existe en el ser humano, quizás esa dualidad eterna que hace de nuestra historia un continuo debate.
TISBE
PIRAMO
(Mosaicos con los retratos de ambos amantes)
(Imperio Romano, siglo III d.C.)
BUEN DÍA A TODOS
Blog incorporado al
Directorio Hispano de las Artes
Fuentes: Wikipedia.
Tendencias del Mercado del Arte.
Mitos y Leyendas.
http://www.imperivm.org/cont/textos/txt/ovidio_la-metamorfosis_libro-iv.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario