Para muchos la historia no es una simple lectura de acontecimientos o hechos, sino que siempre ha sentado las bases de lo que ha sido la sociedad y su progreso. Es por ello fundamental conocer y abundar en el tratamiento de circunstancias que a todos nos pueden resultar de interés y sobre todo enriquecernos.
En este sentido mi artículo de hoy va dirigido a ser conscientes de una realidad, la historia de unos hombres/soldados cuyas vidas han pasado a la Historia con mayúsculas: LOS ÚLTIMOS DE FILIPINAS.
Las conocidas como islas Filipinas deben su nombre a Felipe II, a raíz de la toma de posesión por parte de la monarquía española de una serie de islas situadas en el Pacífico, en el siglo XVI. Por entonces los dominios españoles se extendían por los cuatro continentes, si bien, después de tres siglos, ese particular imperio quedó reducido a tres países: Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
En el año 1896, una parte de la población tagala inició una rebelión contra España, con la finalidad de acabar la dominación por parte de ésta. Fue en la más extensas de las islas del archipiélago, la Isla de Luzón donde las fuerzas españolas llegaron a contener a los rebeldes bajo la dirección de Emilio Aguinaldo, que se refugiaron en la zona montañosa de Manila. Toda vez que se vio en minoría, decidió abandonar las armas en 1897 y optó por refugiase en Hong Kong.
El hecho cierto es que estando todo casi ultimado, la declaración de guerra por parte de los EE.UU. contra España en 1897, obligó al desembarco de Aguinaldo en la bahía de Manila, para impedir la resolución pacífica del conflicto. A raíz de ello, tan sólo unos meses después España perdería Cuba, Puerto Rico y el archipiélago de las Filipinas.
Baler, una pequeña población situada en la costa oriental de Luzón, con unos 1.700 habitantes, a 230 kilómetros de Manila, protagonizaría un hecho que pasaría a ser histórico.
En 1897 sirvió de escenario de una violenta contienda entre las tropas españolas y los rebeldes tagalos. La situación se calmó gracias a la intervención de un contingente de 400 hombres, quienes regresaron a Manila, eso sí, en tanto se enviaba a la zona un destacamento de unos 50 hombres con el fin de mantener el control.
Poco tiempo después, en 1898, la guerra hispano-estadounidense estaba ya iniciada, el pueblo de Baler quedó incomunicado, desconociendo la derrota de la flota española, tanto en Cavite como el que lo que fue el cerco de Manila.
Esta pequeña guarnición tenía la misión de estar siempre preparada para un posible ataque, por lo que el 30 de junio de 1898, estos hombres se retiraron a una pequeña iglesia, reconvertida en un fortín.
Esta iglesia de apenas 30 metros de largo por 10 de ancho, tenía una casa parroquial adosada, y sus muros eran lo suficientemente gruesos para resistir un ataque. Es más, los soldados hicieron del campanario un observatorio y cavaron dos trincheras.
A todo ello unieron el hecho de aprovisionarse de suficiente comida y agua para defender la posición.
Pese a que los rebeldes tagalos intentaran instarles a la rendición, un total de 54 militares y un franciscano, a los que unieron con posterioridad otros dos religiosos se negaron a ello, incrédulos ante la noticia de la derrota del ejército español: un total de 337 días permanecieron encerrados sin reconocer dicha circunstancia.
Durante todo este tiempo los ataques por parte de los filipinos fueron numerosos, más no poseían armas de guerra a excepción de sus "bolos" o cuchillos largos. En vista de ello, optaron por una especie de guerra psicológica, para lo cual les impedían dormir haciendo ruido constantemente, e incluso recurriendo a las imágenes de mujeres desnudas para provocar el deseo en los soldados.
Fueron vanos todos los intentos de que los soldados abandonaran su situación durante todo el verano, teniendo en cuenta que las bajas fueron debidas principalmente a la mala alimentación y a enfermedades relacionadas con el hacinamiento y falta de higiene, tales como la disentería o el beriberi.
Un total de quince hombres fallecieron y los que aún resistían tenían que enterrarles bajo sus pies.
El Tratado de París, que dio por finalizada la guerra entre EE.UU. y España, se firmó en diciembre de 1898, entrando en vigor en abril del año siguiente. Nuevos emisarios españoles volvieron a fracasar en su intento de que los sitiados dejaran las armas y volvieran a Manila. Es más, hasta las autoridades estadounidenses enviaron, a petición española, una cañonera, con tal de liberar Baler, definitivamente, algo que no se consiguió pues, esta vez fueron los filipinos los que impidieron que se cumpliera el propósito.
A finales de mayo, el teniendo coronel Aguilar, enviado a Baler por orden del gobernador español, tuvo que regresar, sin convencer a soldados españoles del hecho cierto de que todo había terminado y que Filipinas pertenecía a los EE.UU.
Un curioso hecho fue el que vino a minar esta posición y consistió en que los sitiados se apercibieron de que Aguilar había dejado unos periódicos en la iglesia y al final se convencieron de la noticia de que la soberanía de las Filipinas no era ya de España sino de los EE.UU. no podía ser falsa, por tanto, seguir resistiendo en la iglesia carecía de toda razón de ser..
Ello dio lugar a que el 2 de junio de 1899, el destacamento español se rindiera, tras un sitio de 337 días.
En base a la situación de los 33 supervivientes del sitio de Baler, las autoridades filipinas fueron indulgentes y no les consideraron prisioneros. Tras ser recibidos en la capital, Manila, fueron repatriados a España, como héroes.
Y como héroes, diez años después... recibieron "dos pesetas diarias".
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Fuentes: Wikipedia.
www.nationalgeographic.com
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