La pintura de historia viene a representar acontecimientos históricos reales, a la vez que escenas de la leyenda y la literatura, y todo ello con la finalidad de aportar conocimiento y a la vez contribuir a engrandecer determinados hechos o circunstancias. Por lo que respecta a la teoría académica tradicional, la pintura de historia ha sido siempre considerada como la rama más elevada del arte, sobre todo durante el siglo XIX, tomando como referentes movimientos como el academicismo y el romanticismo.
El que fuera director de la Real Academia de España en Roma y del Museo del Prado FRANCISCO PRADILLA Y ORTIZ, nacido en Villanueva de Gállego, el 24 de julio de 1848 y fallecido en Madrid, el 1 de noviembre de 1921, está más que acertadamente considerado como uno de los más significativos exponentes de la pintura española del último cuarto del siglo XIX, por lo que respecta al género histórico.
Se inició en su formación como aprendiz en el taller de Mariano Pescador, de quien recibió el respaldo para que diera clases en la Escuela de Bellas Artes de San Luis. Gracias a la recomendación de su profesor Bernardino Montañés se trasladó a Madrid, donde compaginó estudio y trabajo, asistiendo a las clases de la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado.
El que fuera primer director de la Academia Española en Roma admitió como pensionado a Francisco Pradilla Ortiz, quien en su tercer año consiguió un éxito rotundo con la obra titulada Doña Juana la Loca, logrando la medalla de honor de la Exposición Nacional de 1878 y medalla de honor ese mismo año en la Sección Española de la Universal de París.
Gracias a este espectacular triunfo consiguió el encargo del Senado para pintar el cuadro La rendición de Granada, que si bien no fue tan excelso como el antes mencionado, sí que le valió a Pradilla el reconocimiento general internacional de su trabajo. Fue así como consiguió ser nombrado director de la Academia de España en Roma, ciudad en la que abrió un estudio, y en el que recibía innumerables visitas no solo de pintores, sino de diferentes intelectuales; más este tiempo le privaba de pintar, y después de ocho meses, renunció al cargo.
La pérdida de esta espléndida posición profesional, unida a la de sus ahorros, a razón de la quiebra de la banca de Ricardo Villodas, le devolvieron a España, donde fue nombrado director del Museo del Prado, el 3 de febrero de 1896; no obstante, Francisco Pradilla nunca olvidó sus años pasados en la ciudad eterna y las amistades y conocimientos que le enriquecieron no sólo en el aspecto profesional, sino también en el personal.
No obstante, el hecho cierto es que Francisco Pradilla no tenía una especial capacidad para dirigir un museo, ni ocuparse de la cantidad de gestiones, incluidas las administrativas que le llenaban todo el día, impidiéndole desarrollar su principal deseo que no era otro que pintar. A todo ello se unió el hecho de la "desaparición" durante este periodo de un pequeño boceto de Murillo, algo que trató de ser silenciado -que no se consiguió- a causa de la intervención de la prensa, así como que el Museo dejara "escapar" la compra de determinadas obras de arte que pasaron a manos de colecciones privadas, llevó a Francisco Pradilla a renunciar a su cargo, el 29 de julio de 1898, siendo sustituido por Luis Álvarez Alcaraz, quien era el predilecto para dicho cargo por la reina María Cristina.
Después de esta experiencia que el propio Pradilla llegó a considerar públicamente como "semillero de disgustos", se refugió en su palacio-estudio, alejándose en la misma medida de la vida social y consagrando su tiempo a su pasión: la pintura.
Y fue en este estudio en el que recibió la visita de muchos de sus amigos, entre ellos, Pérez Galdós, Núñez de Arce e incluso el rey.
De esta etapa datan algunas de sus obras, fundamentalmente retratos de la aristocracia madrileña, así como conjuntos decorativos, como los que llevó a cabo para el Palacio de Linares de Madrid, para el que pintó la Lección de Venus al amor, en el techo de su salón de baile.
El paisaje también fue una temática cultivada por este gran maestro, abundando en perspectivas panorámicas con gran cantidad de personajes y de motivos. Sus cuidados paisajes tomados del natural nos acercan a ambientes que nos atraen por su atmósfera y en la que abundan las luces efectistas, como bien podemos apreciar en Vendimia en las lagunas pontinas.
No obstante, y sin lugar a dudas, su obra cumbre, como ya ha quedado dicho, es DOÑA JUANA LA LOCA, perteneciente a la colección del Museo del Prado de Madrid, en la que podemos observar una romántica escena de la figura de la reina Juana I de Castilla, en la que se aúnan aspectos como la locura por desamor, los celos desmedidos e incluso la necrofilia. Ello convirtió a esta obra en una de las más impactantes de su género y dio merecida fama a su autor.
Es en esta obra en la que Francisco Pradilla, con tan sólo veintinueve años, ofrece al espectador su absoluta habilidad en el empleo de la escenografía del espacio exterior y el sentido rítmico y equilibrado de la composición, complementado todo ello con diferentes elementos accesorios, entre ellos, la indumentaria de los personajes, la tensión emocional de éstos, y la ejecución tan vigorosa como vibrante de la escena, dotada de un realismo intenso; su técnica siendo libre se supera en base a un dibujo del todo definido y un lenguaje plástico puramente personal, que influyó en años sucesivos en la mayoría de los pintores de historia.
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