SOBRE EL AMOR Y OTRAS
RUTINAS.
Todos los seres humanos
conocemos de la necesidad, en mayor o menor medida, de ser aceptados por los
demás, de ser queridos, y sobre ello va la amistad o el amor.
Cuando es el amor el que
nos toca, sentimos una emoción que trastorna y altera la que viene a ser la
rutina de nuestros días, pues todo empieza a girar en torno a la persona objeto
de esa atracción. Una atracción que, en gran medida, lo es física, pues no creo
que sea posible la existencia de un amor sin sexo.
Es por ello que, en
ocasiones, magnificamos lo que venimos a considerar amor sublime cuando, en
puridad, prima un deseo físico que con el tiempo debe de ser satisfecho, pues,
caso contrario, ese amor tiende a convertirse en algo inalcanzable, y en cierta
medida, nos condiciona para renunciar a él, por no estar “hecho a nuestra
medida”, para nuestro gozo y disfrute.
Con la amistad ocurre
algo muy diferente, no existe atracción sexual, pero sí que existe un más que
interés por conocer a la persona que nos llama la atención por determinados
aspectos de su carácter, educación, genialidad, sencillez, bondad, en definitiva,
por todo lo que configura su personalidad.
Son muchas las personas
que afirmarían no poder vivir sin amor, y mucho menos sin amistad, más mi
pensamiento que tanto suele debatir y tratar el estudio de las emociones (tengo
el hábito de penar a menudo, otra cosa es que piense bien), me ha llevado a la
conclusión de que el amor que se vive en los primeros años de una relación
evoluciona y mucho a lo largo del tiempo, y en el peor, o “mejor” de los casos,
termina, acaba… porque ha estado siempre asociado a la atracción sexual, y ésta
se desvanece.
Hay parejas que
continúan juntas durante el resto de sus vidas, tal vez por comodidad, por
motivos sociales o económicos, por el sencillo hecho de que no saben que otro
camino tomar, cuando por el que aún transitan no les supone un duro malvivir.
Otras parejas rompen y
cada una de las partes reinicia su vida,
bien en soledad, bien junto a otra persona, pero, en muchos casos, la
historia vuelve a repetirse, salvo que el factor tiempo pues lo impida.
En cuanto a la amistad,
quizás hayamos puesto demasiadas esperanzas en los amigos, nuestro círculo de
personas allegadas que podemos ver a diario, o incluso, no verlas, pero
mantener cierto contacto.
La amistad, como toda
relación que exige del concurso voluntario de dos o más personas, es algo más
que necesario para muchos individuos, quizá no tanto para otros, que consideran
suficiente una relación personal sin demasiadas exigencias a la hora de no
compartir tiempo, ni espacio, y por supuesto, tampoco confidencias.
Woody Allen ha basado
toda su filmografía en el conflictivo mundo de las emociones: el amor, la
amistad, el odio, la venganza, y elementos que intervienen por sorpresa, como
el azar o la suerte. Es curioso oír a este director/actor interpretar el papel
que él bien ha escogido porque siempre rezuma disquisiciones sobre aspectos de
las relaciones interpersonales y de qué manera afecta al futuro, una decisión
sobre una persona basada en la emoción que crea en cada uno de nosotros.
Más nunca el amor
triunfa, en todo caso, sobrevive a una conmoción de los sentimientos, y deja
“tocados” a aquéllos que lo han conocido.
Es por ello que son
muchos los aficionados a las películas de amor, o a las novelas y relatos en
las que el tema gira en torno a dicho sentimiento, porque nos sigue resultando
incomprensible, pese a todas las “pruebas” que los seres humanos hayamos vivido
en dicho sentido cómo funciona eso que viene a llamarse “amor”.
En cuanto a la amistad
pensamos que es el eje fundamental que une a las personas, y puede que lo sea
hasta que un día descubres que estás solo/a, porque nadie pronuncia tu nombre
sin esperar algo a cambio.
Mi recomendación es ver
películas de Woody Allen, no despejarás dudas, pero te reirás un buen rato….
Rosa Freyre.
Rosa Freyre.
Fotograma: Manhattan
Woody Allen
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