La Reina Isabel II de España, con las Infantas Eulalia, Paz y Pilar
Así empezamos con un tema que es del todo seguro que os va a interesar, incluso, os va a picar la curiosidad.
Pues bien, por muy infanta, reina o aristócrata que se sea, una mujer es siempre una mujer y los sentimientos difíciles de controlar cuando éstos son sinceros y apasionados. Durante el siglo XIX esto les pasó a algunas de las infantas españolas que, poniéndose rango y mundo por montera, se fugaron con los galanes de sus amores.
Eran los tiempos del romanticismo, cuando primaba el sentimiento sobre la razón (aunque a mi parecer esos tiempos han continuado en el pasado siglo XX y en el ahora nos toca vivir XXI, a la vista bien que ésta....); pues bien, Doña Josefa de Borbón, hermana del esposo de Isabel II, Francisco de Asís, (apodado popularmente "Paquito Natillas", o "Doña Paquita") calló fulminantemente enamorada de un apuesto caballero. Doña Pepita, que era como se conocía a la infanta en los círculos familiares, transitaba con su carruaje por la calle Mayor, cuando se encabritaron los caballos, desbocándose y emprendiendo una loca carrera. La infanta asustada pidió auxilio y un hombre se lanzó a sujetar los caballos, lo que consiguió después de forcejear con bravura con los animales asustados. Los viandantes que contemplaban el suceso aplaudieron al joven que había conseguido la hazaña y doña Pepita, agradecida, le alargó la mano que él besó, y retuvo durante unos instantes.
Allí empezó el enamoramiento de la infanta que la iba a maltraer. En un principio intentó borrar de su mente y su corazón a aquel hombre, tan apuesto y elegante que le salvó la vida, pero pronto se dio cuenta de que no le resultaba posible. Así que mandó buscarlo a través de una de sus damas, con el honesto fin de agradecerle, de mejor manera, su gesto (ja,ja¡). Se trataba de un cubano, José Güell y Renté, nacido en La Habana y de ascendencia catalana Era periodista y poeta y trabajaba para El Heraldo y El Clamor Público, dos periódicos de tendencias mas bien revolucionarias. ¡Vamos, el doncel mas adecuado para emparentar con la realeza! (Bueno, en un aparte, eso sería por entonces.....)
José Güell vivía en un pisito en la calle Toledo y su situación económica no debía ser muy boyante. Tenía fama de seductor, pero a doña Pepita esto no le preocupaba en absoluto. Estaba enamorada, enamorada de verdad y a él con el amor de la infanta le venía Dios a ver.
Pidió permiso a la Reina Isabel para casarse con el objeto de sus amores, que la reina denegó ¡Un poeta revolucionario casado con una infanta de España, qué bobada y que osadía! A él lo mandó encerrar una temporada y a ella la desterró de la corte. Pero ya se sabe, cuanto mas difíciles resultan los amores tanto mas se obstinan los enamorados en ellos.
Los dos decidieron fugarse, en una "fuga" un tanto extraña, pues la enamorada iba a fugarse en compañía de su padre. Los dos salieron de paseo, como el que no quiere la cosa, y en un recodo del camino les esperaba el seductor cubano junto a un cura y dos testigos. Parace que Francisco de Asis, el padre, lo único que deseaba era librarse de aquella hija rebelde con el corazón perdido tras las gracias, que eran muchas, de José Güell. Allí se la entregó con sus bendiciones y se quitó el problema de encima.
Don Francisco de Asis, también "Doña Paquita"
Isabel II, molesta con la desobediencia de su cuñada, le quitó de un plumazo, todos los títulos y honores. Doña Pepita quedó simplemente, en señora de Güell sin mas prerrogativas. El nuevo matrimonio se estableció en Francia y tuvieron dos hijos. Pero aquel marido guapetón poco iba a tardar en serle infiel con cuantas mujeres se ponían a su alcance. A su encanto personal unía ahora el cubano el atractivo de ser el esposo de una infanta, lo que aumentaba su prestigio de cara al mujerío.
Enterada la reina, le devolvió a Pepita su título de alteza en 1855 y a sus hijos les otorgó el marquesado de Valcarlos y el del Güell. El seductor llegó a ser senador del reino, pues, al fin y al cabo, de algo tenía que servirle pertenecer a la familia real. Pero las infidelidades del esposo dañaron irremediablemente la relación entre doña Pepita y don José.
Otro caso parecido acaeció en el bando contrario, o sea entre las filas carlistas, con una hija del pretendido y pretendiente Carlos VII. La familia carlista se refugió en la Toscana italiana y allí, doña Elvira que así se llamaba la infanta, se enamoró de un archiduque, Leopoldo de Austria. En esta ocasión, la posible boda si estaba a la altura de ambos contrayentes, pero se iba a frustrar, precisamente, por su conveniencia. El emperador Francisco José le dijo a su sobrino que aquellos amores no podían continuar porque la reina Maria Cristina de España, madre ya de Alfonso XIII, no quería competencias y un matrimonio como éste, a la larga, podía provocar problemas en la línea sucesoria.
Jaime, Elvira y Blanca, hijos del pretendiente Carlos VII
Leopoldo así se lo comunicó a su amada,dispuesto a romper el romance. Doña Elvira, montó en cólera y le dijo que, algún día, lamentaría la ruptura. No se sabe si por el dolor de la separación o por la maldición de la Infanta, Leopoldo lo lamentó muy pronto.
Renunció a sus cargos en el ejército y se casó con una antigua prostituta, después de "retirarla" de semejante vida, convirtiéndola en su amante como paso previo al tálamo. Se divorció enseguida, pues la esposa distaba mucho de ser la adecuada para Leopoldo, que debía seguir añorando a Elvira. Su vida fue triste y todas sus iras se volvieron contra los Habsburgo su propia familia, a la que se dedicó a denigrar a través de tres libros que escribió. Al final, terminó como tenderó de ultramarios.
Por su parte doña Elvira se casó con un pintor florentino de los del montón, que además era casado. No estaba dispuesta a sufrir mas interferencias en sus relaciones amorosas y huyó con él. La fuga, dentro de la estricta moral carlista, sentó como un tiró, mientras la nobleza europea se mostraba escandalizada. Carlos VII emitió un comunicado en el que participaba a sus seguidores que su hija Elvira, había muerto para ellos. Ya jamás se la volvió a mentar. Murió en Paris, 33 años después de la sonada fuga, dejando tres hijos a los que inscribió con su apellido de Borbón.
Elvira de Borbón
Cuando hablamos de las esposas de Fernando VII, ya comentamos que la última, María Cristina, volvió a casarse con su guapo guardia de corps. Pero es que la historia de sus amores muy bien puede inscribirse en este apartado. Viuda con 26 años, después de estar casada con un hombre que no quería y que era 22 años mayor que ella, María Cristina sentía la llamada de los instintos naturales de la juventud. Regente de su hija, la pequeña Isabel II, no podía dar la campanada y se casó, en secreto, con Fernando Muñoz, el guardia en cuestión, a los tres meses de la muerte de su marido.
Pero aquello fue un secreto a voces, y Espartero, el general que derrotó a los carlistas, asumió la regencia para evitar el escándalo que ya corría de boca en boca.
Maria Cristina, esposa de Fernando VII
María Cristina tuvo que exiliarse a Francia, después de abdicar, con su apuesto guardia y todos sus hijos que fueron tantos como ocho. Regresó a España cuando Isabel II era ya reina. Y se casó de nuevo, por supuesto, con Fernándo Muñoz, ¡pues el matrimonio secreto no era válido porque el cura que los casó no tenía las licencias pertinentes para el enlace !. Isabel II, que era una buenaza, otorgó titulos a su "otra" familia.
ISABEL II, hija de MARIA CRISTINA
Bueno amigos espero que el contenido de este "post" os haya sido de lo mas entretenido y que nos ayude a considerar que la HISTORIA, con mayúsculas, SIEMPRE se repite, para mal o para peor......
"EL ÚNICO DEBER QUE TENEMOS CON LA HISTORIA ES RESCRIBIRLA"
(OSCAR WILDE)
Fuentes: Anécdotas y Curiosidades de la Historia (Concha Masiá)
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