Son innumerables los museos, galerías de arte en los que podemos disfrutar y admirar la obra de grandes escultores que a lo largo de la historia han venido a descubrirnos el potencial del ser humano creando ARTE; más también han existido ARTISTAS diferentes para quienes ha primado el hacer que personas cuyas vidas se habían visto arruinadas y destruidas por las consecuencias de una guerra, quedando sus rostros desfigurados hasta tal extremo que eran incluso repudiados por sus familias.
La historia que vamos a conocer hoy es la de una ESCULTORA, con mayúsculas: ANNA COLEMAN WATTS.
Las consecuencias de la Primera Guerra Mundial por lo que respecta al número de fallecidos fue terrible: ocho millones de soldados perdieron su vida en los campos de batalla, más fueron veinte millones los que resultaron heridos, rotos, desfigurados, seres humanos cuya alma quedó de por vida enterrada en los campos de batalla.
ANNA COLEMAN WATTS había nacido en Bryn Mawr, -Pensilvania-, el 15 de julio de 1878; fueron sus padres John y Mary Watts quienes descubrieron y alentaron la capacidad artística de su hija, precisamente, la escultura, para lo cual procuraron que la joven estudiara en Europa. En 1905 contrajo matrimonio con un doctor Maynard Ladd, más ello no le impidió continuar su formación en el Museum School de Boston, ciudad en la que la pareja residía.
Anna Coleman vio reconocido su trabajo, y llevó a cabo una exposición en San Francisco, entre cuyos trabajos destacaba una escultura de bronce -"Bebés tritones"- que, a día de hoy, adorna una fuente de Boston.
La capacidad artística de Anna no solo abarcaba la escultura, sino que también escribía y pintaba, llegando a publicar una novela en la que la protagonista era una escultora que vivía la experiencia de la guerra.
Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, mucho cambió en la vida de Anna Coleman, pues junto con su marido, que dirigía una Oficina de la Cruz Roja en París, se trasladó a dicha ciudad.
Y fue en París donde Anna Coleman conocería a un artista, también escultor, Francis Derwent Wood, quien había empezado a trabajar en la reconstrucción de los rostros de soldados que habían quedado desfigurados en los campos de batalla; la propia Anna quedó impresionada por la magnífica obra de este hombre y aprendió con él su humana labor.
Francisc D. Wood quiso alistarse como voluntario en la I Primera Guerra Mundial, más al ser ya mayor se ofreció como voluntario para trabajar en las salas de un hospital al que llevaban a grandes heridos, desfigurados por armas; ello le llevó a abrir una clínica especial: el Departamento de Máscaras para Desfiguración Facial, situado en el Third London General Hospital, en Wandsworth; hasta entonces eran utilizadas simples máscaras de goma, si bien y gracias a los nuevos avances de la cirugía reconstructora, Wood empezó a trabajar con finas máscaras de metal, que sutilmente pintadas venían a dar una apariencia de normalidad a rostros terriblemente desfigurados.
Este fue el espíritu con el que Anna Coleman inició su trabajo en el que para llevar a cabo la reconstrucción de un rostro, en primer lugar debía contarse con una fotografía de la persona, antes de que quedara desfigurada, evidentemente, y otra posterior. Inicialmente, Anna llevaba a cabo la confección de un molde con arcilla o yeso, para después, y en base a este molde, crear una prótesis de latón que era debidamente pintada del tono del rostro de la cara del herido. A estas prótesis se le podían añadir incluso un bigote, cejas, pestañas, o cualquier otro signo de identidad a petición de su destinatario.
Una vez confeccionada la máscara o prótesis, y dependiendo de la zona de la cara que debía ser cubierta, era asegurada con unas cuerdas o incluso, con unas lentes; el resultado de este trabajo tan cuidadoso y especial era una auténtica obra de arte, que volvió a dar la "vida" a muchas personas que se escondían de la curiosidad pública, que a sí mismas se consideraban repulsivas. El hecho es que Anna Coleman dotaba a todas y cada una de sus máscaras de "vida", de "humanidad" devolviendo a su portador cierta condición de lo que podía ser considerado un rostro "normal".
Fue en 1919 cuando Anna Coleman regresó a América, y en su curriculum más de 185 máscaras; el caso curioso es que prácticamente no existe actualmente ninguna, por la sencilla razón que sus dueños pedían ser enterrados con ellas.
Gracias a su encomiable labor, en 1932 ANNA COLEMAN WATTS fue nombrada miembro de la Legión de Honor Francesa, así como de la orden de San Sava serbia.
En 1936 se estableció en California junto a su esposo, donde vivió el resto de su vida, falleció el 3 de junio de 1939.
Si existiera un único calificativo con el que reconocer la labor de esta gran mujer que prefirió el anonimato, alentada por su deseo de "devolver" la dignidad a personas que "creían" haberla perdido, por carecer de rostro, sería el de "Curadora de Almas".
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