Guy de Maupassant
Buen día, estimados amigos, hoy me he decidido por un post un tanto especial. Y para ello cuento con la inestimable colaboración de un escritor excepcional Guy de Maupassant, autor de cinco novelas y cerca de trescientos cuentos, relatos o novelas cortas.
Guy de Maupassant fue un habitual de los salones de París, de los que recabó cuanta información le resultó necesaria para dibujar los caracteres y situaciones sentimentales que se leen, con deleite, algunos, con tristeza, otros, en sus novelas y narraciones. Sus personajes proceden de una realidad del todo dura, historias y hechos que le relatan, tanto los campesinos, confesiones de cama de sus mas que múltiples amantes, y sobre todo, de la lectura de las páginas de sucesos de los periodicos de su época.
Mas, antetodo, Guy de Maupassant fue un hombre que conoció mucho y bien el ser y sentimiento de la mujer, pues abundaron sus relaciones sentimentales a lo largo de toda su vida, desde su adolescencia, y ello pese a su muerte temprana, consecuencia de una sífilis mal curada.
En sus relatos y novelas cortas, Guy de Maupassant hace un retrato a todo tipo de mujer, a la campesina, a la burguesa, a la aristócrata, y sobre todo, a la prostituta. Y ello toda vez que fue conocedor del más íntimo anhelo de toda mujer, la seducida, la apasionada, la engañada y la libertina, incluso, la cortesana; todos y cada uno de estos retratos, tan exactos que hace de la mujer, de carne y hueso, nos revelan un universo femenino, al que un misógino y desapasionado Maupassant hace una perfecta disección: "En toda mi vida no he tenido una apariencia de amor, aunque he simulado a menudo ese sentimiento que, sin duda, no experimentaré jamás".
Una mas que especial recomendación
Y después de esta pequeña presentación de nuestro protagonista de hoy, os dejo con uno de sus mas que deliciosos relatos, seguro que disfrutaréis con él, doblemente, tal vez, porque es un hecho que aquéllo que nos gusta, siempre ocupa un lugar preferente en nuestras vidas.
"EL BIGOTE.-
"La Moustache", fue publicado el 31 de julio de 1883 en "Gil Blas", y recogido en en volumen "Toine".
Château de Solles, lunes 30 de julio de 1883
Mi querida Lucie, nada nuevo. vivimos en el salón viendo caer la lluvia. Apenas se puede salir con este tiempo horrible; por eso hacemos teatro. ¡Qué tontas son, querida, las obras de salón del repertorio actual! Todo es forzado, grosero, pesado. Los chistes surten el mismo efecto que las balas de cañón, lo destruyen todo. No hay ingenio, no hay naturalidad, no hay buen humor, no hay elegancia ninguna. Realmente esos hombres de letras no saben nada de la sociedad. Ignoran por completo cómo pensamos y cómo hablamos entre nosotros. Les permitiría de buena gana que despreciasen nuestras costumbres, nuestras convenciones y nuestros modales, pero no les permito que los desconozcan. Para dárselas de finos hacen juegos de palabras que solo podrían alegrar un cuartel; para dárselas de alegres, nos sirven un ingenio que han debido de recoger en las alturas del bulevar exterior, en esas cervecerías llamadas de artistas, donde, desde hace cincuenta años, se repiten las mismas paradojas de estudiantes.
En fin, hacemos teatro. Como no somos mas que dos mujeres, mi marido hace los papeles de criada y se ha afeitado para eso. ¡No te figuras, mi querida Lucie, cómo cambia! Ya no lo reconozco, ni de día ni de noche. Si no vuelve a dejarse crecer inmediatamente el bigote, creo que le seré infiel, ¡tanto me desagrada así!.
Realmente, un hombre sin bigote ya no es un hombre. No me gusta mucho la barba; da casi siempre un aire descuidado, pero el bigote, ¡oh, el bigote es indispensable en una fisonomía viril! No, nunca podrías imaginar lo útil que es a la vista y..a las ...relaciones entre esposos ese pequeño cepillo de pelos sobre el labio. Sobre esta materia se me ha ocurrido un montón de reflexiones que apenas me atrevo a escribirte. Te las diré de buena gana... muy bajito. Pero es tan difícil encontrar palabras para expresar ciertas cosas, y algunas son imposibles de sustituir por otras, tienen sobre el papel una apariencia tan infame, que no puedo trazarlas. Además, el tema es tan difícil, tan delicado, tan escabroso que se necesitaría una ciencia infinita para abordarlo sin peligro.
En fin, peor para ti si no me entiendes. Además, querida, procura leer un poco entre líneas.
Sí, cuando mi marido me llegó afeitado, al principio comprendí que nunca sentiría debilidad por un cómico ni por un predicador, ¡aunque fuese el padre Didon, el mas seductor de todos!. Luego, cuando mas tarde me encontré con él (con mi marido), fue mucho peor. ¡Oh, mi querida Lucie, nunca te dejes besar por un hombre sin bigote!; sus besos no saben a nada, ¡a nada, a nada!. Ya no tienen ese encanto, esa blandura, y esa...pimienta, sí esa pimienta del verdadero beso. El bigote es la guindilla.
Imagínate que te aplican sobre el labio un pergamino seco ...o húmedo. Así es la caricia del hombre afeitado. Con toda seguridad, ya no merece la pena.
¿De dónde viene pues la seducción del bigote?, me dirás. ¿Lo sé acaso? En primer lugar, hace unas cosquillas deliciosas. Lo sientes antes que la boca y hace pasar a todo tu cuerpo, hasta la punta de los pies, un estremecimiento delicioso. Es el bigote el que acaricia, el que hace temblar y estremecer la piel, el que da a los nervios esa vibración exquisita que provoca ese pequeño "¡ah!", como si una tuviera mucho frío.
¡Y en el cuello! Sí, ¿has sentido alguna vez un bigote en tu cuello? Te embriaga y te crispa, te baja por la espalda, te corre hasta la punta de los dedos. Hace que una se retuerza, que sacuda los hombros, que eche hacia atrás la cabeza; una querría huir y quedarse; ¡es adorable e irritante! ¡Pero qué bueno!
Y además.... realmente, no, no me atrevo. Un marido que te quiera sabe encontrar un montón de rinconcitos donde poner sus besos, rinconcitos que una no sabría encontrar sola. Pues bien, sin bigotes, esos besos pierdan también mucho de su sabor, sin contar con que casi se vuelven indecentes. Explícatelo como puedas. Por mi parte, la razón que he encontrado es la siguiente: un labio sin bigote esta desnudo, como un cuerpo sin ropas; ¡y siempre se necesitan ropas, pocas si tú quieres, pero se necesitan!
El creador (no me atrevo a escribir otra palabra hablando de estas cosas), el creador tuvo cuidado de ocultar así todos los escondrijos de nuestra carne donde debía esconderse el amor. Una boca afeitada se parece, en mi opinión, a un bosque arrasada alrededor de un manantial al que íbamos a beber y a dormir.
Esto me recuerda una frase (de un político) que me da vueltas en el cerebro desde hace tres meses. Mi marido, que sigue los periódicos, me leyó una noche un discurso muy singular de nuestro ministro de Agricultura, que se llamaba entonces señor Méline. ¿Lo han sustituido por algún otro? Lo ignoro.
Yo no atendía, pero ese nombre, Méline, me sorprendió. Me recordó, no se muy bien por qué, las escenas de la vida bohemia. Creí que se trataba de una modistilla. Algunas migajas de aquel trozo entraron en mi cabeza de la siguiente forma: el señor Méline hacía a los habitantes de Amiens, según creo, esta declaración cuyo sentido yo buscaba hasta ahora: "¡No hay patriotismo sin agricultura!". Pues bien, ese sentido acabo de encontrarlo hace un rato; y, a mi vez, te declaro que no hay amor sin bigotes. Cuando se dice así, parece raro, ¿verdad?
¡No hay amor sin bigotes!
"No hay patriotismo sin agricultura", afirmaba el señor Méline; y tenía razón ese ministro, ¡ahora lo entiendo!
Desde un punto de vista totalmente distinto, el bigote es esencial. Determina la fisonomía. Os da esa expresión dulce, tierna, violenta, ese aire de ogro, de juerguista, ¡de hombre emprendedor!. El barbudo, el hombre verdaderamente barbudo, el que lleva todo su pelo (¡oh, infame palabra!) en las mejillas nunca tiene finura en el rostro, porque los rasgos están ocultos. Y la forma de la mandíbula y del mentón dice muchas cosas a quien sabe ver.
El hombre de bigote conserva su aspecto propio y su finura al mismo tiempo.
¡Y cuántos aspectos variados tienen esos bigotes! Unas veces son enroscados, rizados, coquetos. Éstos parecen amar a las mujeres ante todo.
Otros son puntiagudos, agudos como agujas, amenazadores. Éstos prefieren el vino, los caballos y las batallas.
Otros son enormes, caídos, espantosos. Éstos, gruesos, ocultan por lo general un carácter excelente, una bondad que linda con la debilidad y un dulzura cercana a la timidez.
Además, lo que adoro sobre todo en el bigote es que es francés, muy francés. Nos viene de nuestros padres los galos, y ha permanecido como el signo de nuestro carácter nacional.
Es hablador, galante y bravo. Se moja agradablemente en el vino y sabe reír con elegancia, mientras que las anchas mandíbulas barbudas son pesadas en todo lo que hacen.
Mira, recuerdo una cosa que me hizo llorar hasta que me quedé sin lágrimas y que también me hizo amar, ahora me doy cuenta, los bigotes en los labios de los hombres.
Fue durante la guerra, en casa de papá. Yo era una niña entonces. Un día se batían cerca del castillo. Yo había oído desde por la mañana el cañón y la fusilería,y por la noche un coronel alemán entró en nuestra casa para instalarse en ella. Se marchó al día siguiente. Vinieron a comunicar a mi padre que había muchos muertos en los campos. Los hizo recoger y traer a nuestra casa para enterrarlos juntos. Los tendían, a lo largo de la gran alameda de abetos, a ambos lados, a medida que los llevaban; y como empezaban a oler mal, arrojaban tierra sobre sus cuerpos en espera de que se hubiera cavado la fosa común. De modo que no se veía mas que sus cabezas, que parecían salir del suelo, amarillas como él, como sus ojos cerrados.
Quise verlos; pero cuando vi aquellas dos grandes hileras de caras espantosas, creí que iba a desmayarme; luego me puse a examinarlas, una por una, procurando adivinar lo que habían sido aquellos hombres.
Los uniformes estaban sepultados, ocultos bajo la tierra, y sin embargo, de repente, sí, querida, de repente reconocí a los franceses ¡por su bigote!.
Algunos se habían afeitado el día mismo del combate, ¡como se hubieran querido ser coquetos hasta el último momento!. Su barba, sin embargo, había crecido un poco, porque, como sabes, sigue creciendo incluso después de la muerte. Otros parecían tenerlo de ocho días; pero todos, en fin, llevaban el bigote francés, muy nítido, el orgulloso bigote, que parecía decir: "No me confundas con mi amigo barbudo, pequeña, soy un hermano".
Y lloré, ¡oh! lloré mucho mas que si no hubiera reconocido así a aquellos pobres muertos.
Hago mal en contarte esto. Por eso ahora estoy triste y soy incapaz de seguir charlando por mas tiempo. Vamos, adiós, mi querida Lucie, te beso de todo corazón. ¡Viva el bigote!."
Espalda de mujer, Christoffer Wilhelm
Estimados lectores, que hoy lo habéis sido en toda la extensión de la palabra, este "post", aunque distinto, abarca todo lo que el sentimiento de una mujer puede expresar sobre el conocimiento y el deseo que le surge a la vista de algo tan aparentemente insustancial en un hombre como es su "bigote", pero al mismo tiempo, recoge cuánto de dulzura y dolor puede albergar, tomando esta misma temática en el relato de las víctimas de una guerra. Tan sencillo, tan cercano, tan natural, Guy de Maupassant fue, como dice una expresión francesa un hombre "cubierto de mujeres".
BUEN DÍA TODOS
(En especial a los/las que gustan de los bigotes)
http://directoriohispanodelasartes.com/pura-kastiga/
Fuentes: Guy de Maupassant.
Todas las Mujeres.
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