El rostro de la cotidianidad, las facciones, gestos, actitudes que pasan diariamente ante nuestros ojos, y a los que apenas prestamos atención, es lo que ha convertido a JUDITH JOY ROSS en una forma de crear arte, y para ello, un único medio: la fotografía.
La fotógrafa estadounidense JUDITH JOY ROSS nació en Hazelton, una pequeña ciudad minera de Pensilvania, en 1946.
Siendo una adolescente se interesó y dirigió sus formación hacia el arte, sobre todo, el diseño y la fotografía, en su afán por encontrar en todas y cada una de las personas su esencia, sin ningún tipo de artificio; es por ello que el retrato domina su obra fotográfica.
Desde sus comienzos con la fotografía, por la década de los años 80, trabaja con una cámara de visión de 8 x 10 pulgadas montada sobre un trípode y sus retratos los hace en papel de impresión por contacto, un proceso que consiste en realizar una impresión colocando un negativo directamente sobre el papel fotográfico y luego exponiéndolo a la luz solar durante un tiempo, desde minutos hasta horas.
Entre las influencias que observamos en los trabajos de Judith Joy Ross destacan la de August Sander y Diane Arbus.
Encontrar modelos para sus retratos ha sido siempre muy sencillo para J.J. Ross pues siempre se ha servido de la gente de la calle, sin ningún tipo de protagonismo. Mas en cada una de sus instantáneas perdura un cierto vínculo que hace entrañable el momento captado.
Sus primeras fotografías, que constituyen todo un proyecto personal nació a raíz de su regreso a Eurana Park, al fallecer su padre, en 1981, en una zona de recreo en la que jugaba siendo pequeña, y expresó sus sentimientos a través de la cámara captando las imágenes de los niños que se divertían entre árboles; esa misma motivación la llevó a viajar a una pequeña ciudad -Nanticoke-, en la que su padre había trabajado en una tienda, haciendo de la nostalgia y el recuerdo el protagonista de toda una etapa de su vida.
En su labor como fotógrafa no estaba la de ensalzar ni juzgar, la de destacar lo positivo o alejarnos de la negatividad, sino el simple hecho de acercarnos a la vida cotidiana, a esa vida de la que todos somos protagonistas en nuestro día a día.
Ello trajo como consecuencia que Judith Joy Ross nunca trabajara sus retratos en un estudio, sino que ese estudio ya existían de antemano, siendo la calle, captando instantes de felicidad, de tristeza o sencilla actitud ante la vida; todo carecía de preparación o estudio previo, su objetivo era un detener el tiempo con la única finalidad de que los diferentes rostros y emociones quedaran así para siempre.
Entre sus imágenes aparecen niños jugando, trabajadores, gentes que discurren por las calles, quizá dirigiéndose a su puesto de trabajo, quizá paseando, es así como sus series se clasifican en función de los grupos de individuos que predominan en ellas y su emplazamiento.
La excelencia de su obra ha sido reconocida por el MoMA, pues forma parte de sus fondos, asimismo, sus exposiciones se han llevado a cabo en el San Francisco Museum of Modern Art, la National Gallery of Canada de Otawa, el Lillehammer Art Museum noruego, el Sprengel Museum de Hannover o el Die Photographische Sammlung/SK Stiftung Kultur de Colonia y por último, en octubre de 2021, en la Fundación MAPFRE, en Madrid (España).
El hecho cierto es que la fotografía de Judith Joy Ross es el resultado de la contemplación sucesiva de todos aquellos que han sido captados por su objetivo, y que muchos de éstos han dado ocasión a la realización de otros trabajos directa o indirectamente vinculados. Es un hecho acertado afirmar que nuestra fotógrafa, protagonista de este artículo de hoy, jamás ha venido a posicionarse en ningún aspecto de la vida pública o privada de nadie, sino sencillamente se ha centrado en lo que de humano existe en cada uno de nosotros.
Ya es difícil el acercamiento a esta humanidad que cada día nos decepciona más, si bien tal vez todo sea cuestión de no convertirnos en jueces de aquello que captamos con nuestra mirada, sino de sentirlo.
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