Johannes Vermeer
Buen día.
Vermeer, el maestro atípico del arte holandés, vuelve a ocupar un espacio en este que lo es de todos los amantes del arte, y en el caso que nos ocupa haciendo especial mención en dos de sus obras que rompen un tanto la habitual temática por la que es conocido este genial pintor.
La lección de música
De todos es conocido que Vermeer pintó, esencialmente escenas de la vida íntima, lo que de cotidianidad suponía la existencia de las mujeres, destacando abundantes escenas de género, en las que es meritoria su composición, proliferan las naturalezas muertas, y el color, a base de amarillos y azules, es protagonista.
Es la suya una técnica del todo propia, ya que pintaba del natural con la ayuda de una cámara oscura, para a continuación sobre la capa coloreada aún fresca dejar descansar un toque de color muy claro. El efecto de la luz a modo de delicioso estallido sirve para llamarnos la atención sobre la oscuridad.
En definitiva, Johannes Vermeer está considerado el maestro de la luz, esa luz blanca, pura, que nos produce ciertas sensaciones visuales con las que alcanzamos a conocer una realidad del todo impecable.
La carta de amor
Pues tras esta pequeña introducción sobre la esencia de la obra de Vermeer, vamos a centrarnos en dos de ellas.
Una de ellas conocida como ALEGORÍA DE LA PINTURA y también, como EL TALLER DEL PINTOR, que ha llegado a ser considerado por muchos estudiosos de la obra del maestro de Delft como su gran legado artístico.
El cuadro nos muestra al pintor sentado en su estudio trabajando frente al caballete, y fijando la mirada en una modelo que posa con los atributos de Clío, la musa de la Historia.
No es un cuadro sencillo, más bien todo lo contrario, en el que su autor lo ejecutó para conmemorar y destacar el papel del artista en lo que es la Historia.
En su composición mantiene ciertas características comunes con otras de sus obras, pues sitúa a la figura femenina frente a la luz que, evidentemente, entra por una ventana, eso sí, oculta a la vista del espectador. En la pared de fondo destaca un gran mapa.
Se ha especulado sobre la posibilidad de que la figura que aparece de espaldas es la del propio Vermeer, e incluso que la joven de la imagen era su propia hija Maria.
Especialmente deliciosa es la vestimenta del pintor, así como los espléndidos cortijanes, que abundan en colores azules y amarillos, coincidentes con el traje de la joven Clio.
Fijemos nuestros ojos sobre la sutil belleza de la lámpara, sobre la que la luz sortea sus rayos, haciéndola aún más visible, así como el conjunto de ropajes que reposan sobre la mesita que se retrata a la izquierda del cuadro.
Y por último, el suelo del estudio, a base de baldosas de mármol negro y blanco, que forman cruces, en un acto simbólico, toda vez que este tipo de suelo, en el siglo XVII era de patrimonio exclusivo de la alta clase holandesa.
Nada más cercano a la realidad de Vermeer, quien después de contraer matrimonio con Catherina Bolnes, de una más que rica familia católica, vio como su actividad de pintor y su cotización aumentaron.
El otro de los cuadros que hoy será objeto de nuestro estudio es la conocida como ALEGORÍA DE LA FE, que centra la representación en una habitación marcadamente burguesa. Está considerado un cuadro de orientación católica, y que al parecer, fue un encargo de los Padres de la Misión Jesuita en Delft, ya que el simbolismo viene a coincidir con la que es iconografía jesuita.
Es destacable el hecho de que Vermeer se sirviera de un globo terráqueo de Hondius (1618), para hacer la representación del mundo, y cuyo rótulo aparece claramente a la vista.
En el tapiz cortina que se sitúa a la izquierda -es del todo habitual, el "sello" de Vermeer en este aspecto- aparecen símbolos heráldicos de la dinastía de la casa de Orange.
En esta ocasión estamos ante un óleo sobre lienzo con formato vertical y de pequeñas dimensiones, pues oscila entre los 115 centímetros de altura y 88 de anchura.
Tras el más que suntuoso cortinaje observamos la figura de una dama elegantemente ataviada, en tanto uno de sus pies descansa sobre el antedicho globo terráqueo, una de sus manos se la sitúa sobre el pecho, adoptando una postura un tanto teatral. La señora se apoya sobre una mesa en la que descansa un cáliz, un crucifijo de madera y un libre abierto, sin lugar a dudas, la Biblia.
Como fondo Vermeer se sirve de una pintura de Jacob Jordaens, sobre la que el propio Vermeer ha hecho ciertas modificaciones.
El globo de cristal que cuelga del techo fue recreado en base al libro de emblemas de Willem Heinsus, en el que es definido como el símbolo del entendimiento humano, si bien este objeto servía como medio de predicción, especialmente, la cristalomancia.
Mediante este tipo de obras se pretendía acercar los temas bíblicos y su correspondiente interpretación teológica a los creyentes, haciendo de ello un hecho que les repercutía de forma personal.
Dos singulares obras del maestro Johannes Vermeer que merecen toda una especial lectura.
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Fuentes: Maestros de la Pintura. Larousse
Vermeer. Taschen.
100 obras maestras de la Pintura Universal.
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